LOS DRUIDAS: LOS MISTERIOSOS FILÓSOFOS DE LA GALIA
Magos
y brujos en el imaginario colectivo, los druidas eran en realidad
filósofos y teólogos. Gracias a su larga y exigente educación,
adquirieron un prestigio sin igual en la antigua Galia.
En
la Galia existen filósofos y teólogos respetados a un grado máximo,
llamados “druidas” [...] Se les considera como los hombres más justos
[...] A menudo reflexionan acerca de los astros y su movimiento, del
tamaño del mundo y de la Tierra, del poder de los dioses inmortales y
sus aptitudes; transmiten a la juventud todo este saber». Con estas
palabras de admiración se refería a los druidas galos uno de los mayores
sabios de la Antigüedad, el filósofo Posidonio de Apamea. Tras haberlos
conocido de primera mano en un viaje que realizó a la Galia en el año
100 a.C., Posidonio redactó un informe en el que describía a los druidas
con palabras griegas inequívocas, como «filósofo» o «teólogo», lejos de
la confusa y hoy en día popular imagen que ve a los druidas como
sacerdotes de una religión ancestral, magos o incluso hechiceros. Esta
opinión no tiene nada de excepcional. Desde el siglo IV a.C., diversos
autores griegos utilizaron el mismo término de «filósofos» para
referirse a los druidas de la Galia, dándoles de este modo el mismo
estatus que tenían los «magos» para los persas. Incluso se preguntaban
si los druidas no estaban más avanzados en cuanto a sabiduría. ¿Acaso
practicaron la filosofía antes que ellos?
En
esa época, el término «druida» ya se conocía en las orillas orientales
del Mediterráneo: servía para referirse a «aquellos que mejor ven y
perciben lo que vendrá; los que adivinan». En Grecia se comparaba a los
druidas con los pitagóricos, los discípulos del gran filósofo y
matemático Pitágoras; ambos grupos conformaban, en cierto modo, sectas
cerradas, elitistas, que cultivaban el secretismo y prohibían poner por
escrito sus enseñanzas, transmitidas oralmente. Al igual que los
pitagóricos, los druidas creían en la existencia de un alma inmortal,
llamada a reencarnarse perpetuamente. Compartían la predilección por el
estudio del universo y los números. Las dos escuelas profesaban una
filosofía cuyo objetivo era lograr que las relaciones entre los hombres
fueran más armoniosas, dato que presagiaba su intervención en asuntos
políticos. Algunos creían que los druidas fueron alumnos del mismo
Pitágoras, y otros que éste fue alumno suyo. Lo más probable es que ni
Pitágoras ni los druidas hayan tenido jamás contacto, aunque es posible
que los colonos foceos establecidos en Marsella hubieran servido de
intermediarios entre ambas escuelas. Con todo, los sabios galos fueron
considerados grandes intelectuales tres o cuatro siglos antes de la
conquista romana de la Galia.
¿Cómo
pudieron aparecer los druidas de forma tan precoz en ese mundo galo que
nos parece tan oscuro y arcaico? La comparación con las demás
civilizaciones de las orillas del Mediterráneo nos aporta una
explicación. Aquí y allá hubo entonces hombres que se dedicaron al
estudio astronómico, probablemente con una finalidad adivinatoria. Lo
mismo hicieron los druidas, que muy pronto pudieron crear un calendario
basado en el doble recorrido del sol y de la luna. Tal realización fue
el resultado de una constante observación de los astros durante siglos,
una práctica que los familiarizó primero con el cálculo, luego con la
geometría y, por último, con las ciencias en general. Todos estos
conocimientos hicieron que, en un mundo dominado por unas élites
aristocráticas ocupadas en hacer la guerra, se considerara a los druidas
como grandes sabios que debían ser respetados y escuchados. Fue así
como, a partir del siglo V a.C., los druidas alcanzaron una posición
preeminente en los asentamientos galos. Así lo atestiguaba el filósofo
Dion Crisóstomo: «Los druidas dominan el arte adivinatorio así como
todas las ciencias. Los reyes no pueden tomar decisiones sin su
consentimiento. También cabe decir que ellos son los que mandan y que
los reyes son sus ministros, los servidores de su sabiduría; éstos se
sientan sobre tronos de oro, viven en hermosas casas y gozan de
suntuosos banquetes».
Entre el siglo V
y II a.C., el paisaje de la Galia se transformó por completo.
Carreteras y vías fluviales la atravesaron en todas direcciones, y la
agricultura y la ganadería se desarrollaron de forma espectacular, así
como la artesanía sobre madera y la metalurgia. En este desarrollo tuvo
mucho que ver la influencia griega, a través de los comerciantes y
colonos que llegaron a las costas de la Galia, hasta tal punto que los
galos llegaron a ser conocidos por sus vecinos como «filohelenos». Fue
una «edad de oro» en la historia de la Galia, una época mítica en la que
los sabios druidas gobernaban la comunidad si no políticamente, sí
espiritualmente.
Aquélla
fue precisamente la razón de que el filósofo y científico griego
Posidonio de Apamea quisiera visitar la Galia en torno al año 100 a.C.
Posidonio llevó a cabo una serie de investigaciones geográficas,
históricas y meteorológicas, pero sobre todo afirmó haber conocido a los
druidas, de los que dejó una descripción muy precisa. Aunque no se ha
conservado el original de su obra, ésta fue copiada o resumida por Julio
César, Diodoro de Sicilia y Estrabón. Sabemos así que, además de los
druidas, existían otras dos órdenes de religiosos que se ocupaban de los
asuntos sagrados. De las dos, los bardos eran los más conocidos. En su
origen, estos poetas inspirados cantaban sus obras mientras tocaban una
lira de siete cuerdas que producía una cautivadora música melódica. Su
palabra era sagrada, incluso se consideraba que estaba directamente
inspirada por los dioses, y disponían de un poder considerable sobre la
población.
Los bardos actuaban como
auténticos censores de la sociedad, dedicaban elogios a algunos
personajes y les ayudaban a ocupar cargos políticos, mientras que a
otros les dirigían crueles sátiras que podían acabar con sus carreras.
Los druidas, que reivindicaban el conocimiento exclusivo de los dioses y
del universo, los consideraban sus rivales y se enfrentaron a ellos, al
parecer con cierto éxito: cuando Posidonio viajó a la Galia, los bardos
ya no eran más que bufones a sueldo de unos cuantos aristócratas
adinerados. Los vates, por su parte, llamados «ovates» o «eubagos»,
constituían una tercera orden religiosa entre los galos. De origen muy
antiguo, practicaban la adivinación mediante el sacrificio de animales e
incluso a veces de seres humanos. Pero los druidas también los fueron
suplantando progresivamente. Es probable que los vates se dedicasen más
tarde a oficiar el culto público.
Así
pues, los druidas pretendían ser los únicos intermediarios entre los
hombres y los dioses. Como inventores del calendario, eran ellos quienes
decidían las fechas de las fiestas religiosas; como teólogos, sólo
ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos y la manera
de honrarlos. Esa posición clave en la práctica del culto les permitió
impulsar una profunda reforma de la vida religiosa en la Galia antes de
la conquista romana.
Con
los druidas, la religión ya no se limitó a la esfera privada, sino que
adquirió una función social y política. Sus conocimientos en astronomía y
geometría les permitieron levantar majestuosos santuarios para la
comunidad, equivalentes a los templos griegos y romanos. Los fieles
dejaron de ser simples individuos para convertirse en comensales que
compartían la carne con los dioses en el marco de grandes banquetes. Muy
apreciados por los guerreros, estos festines revestían una forma tanto
religiosa como política. Así, se invitaba a los guerreros a ofrecer a
los dioses la mayor parte del botín de guerra y, a cambio, los druidas
los declaraban ciudadanos de pleno derecho. Los druidas convencieron a
los galos de que abandonaran los sacrificios humanos; en el caso de los
criminales, eran ejecutados después de procesos en los que los druidas
actuaban como jueces. En cuanto a las ofrendas a los dioses, adoptaban
dos formas: el sacrifico de animales domésticos – buey, cerdo, cordero– y
la ofrenda de armas y objetos preciosos. También cambió la imagen de
los dioses, la concepción del universo y el destino del hombre. El
extraño panteón de los galos que nos transmite Julio César en su Guerra
de las Galias, en un pasaje copiado sin duda de Posidonio, es el de los
druidas tal como éstos lo expusieron al viajero griego: «La divinidad
que más adoran es Mercurio… Luego vienen Apolo, Marte, Júpiter y
Minerva, de los cuales tienen una concepción semejante a la de las otras
naciones». Estos dioses prodigaban sus virtudes a los hombres para
hacerlos más sociables y acogedores con los extranjeros y, sobre todo,
con los mercaderes.
Según los relatos
de Posidonio, los druidas profesaban una forma de panteísmo:
identificaban la divinidad con el cosmos entero y los hombres
participaban en el ciclo perpetuo de la naturaleza. Sólo importaba la
pureza del alma. Todo lo demás, la vida terrenal y sus muestras
materiales, carecía de valor alguno. Por ello, los galos nunca dejaron
monumentos u obras de arte que testimoniasen su ingenio.
Los
druidas pusieron su talento al servicio del conocimiento en ámbitos muy
variados. Posidonio nos revela que se dedicaban principalmente a la
«fisiología», es decir a las ciencias naturales, la física, la química,
la geología, la botánica y la zoología. Como los griegos, los druidas
especulaban sobre la composición de la materia y trataban de aislar sus
principales componentes: el aire, el agua y el fuego. Imaginaron un fin
del mundo que se produciría por la separación de estos tres elementos y
acabaría con el dominio absoluto del fuego y del agua. Sin embargo, este
fin del mundo se inscribía en un ciclo perpetuo de renacimiento y
destrucción. Según Plinio el Viejo, los druidas clasificaron las
especies vegetales y animales y estudiaron los usos que el hombre podía
darles. En cuanto a la farmacopea, cabe destacar que los galos
atribuyeron al muérdago numerosas propiedades, y las investigaciones
actuales han demostrado que esta planta posee grandes poderes
terapéuticos, sobre todo en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer.
Los druidas destacaron también en el campo del arte. En particular, las
composiciones del llamado estilo plástico revelan una espiritualidad que
sólo podía provenir de una élite intelectual que reflexionaba acerca
del papel de la imagen. Por otra parte, su saber también tuvo
aplicaciones prácticas. En el campo de la agricultura desarrollaron, por
ejemplo, el abono con estiércol, mientras que en el de la metalurgia
cabe atribuirles la invención del hierro forjado y de la hojalata.
Los
druidas estaban muy implicados en la vida política de su sociedad. Eran
los únicos que poseían los recursos intelectuales y técnicos
suficientes para llevar a buen término negociaciones y redactar
tratados, entre otras cosas. Establecieron las primeras leyes y
prepararon las constituciones de algunos pueblos galos, como es el caso
de los eduos, entre quienes los druidas supervisaron el nombramiento de
sus magistrados. Gozaban asimismo de un estatus cívico privilegiado: no
tenían que pagar impuestos ni cumplir con ningún tipo
de obligación militar. Además, su influencia no se limitaba sólo a los distintos pueblos-Estado, sino que se extendó al conjunto del territorio que progresivamente se fue convirtiendo en una realidad geográfica y política: la Galia.
de obligación militar. Además, su influencia no se limitaba sólo a los distintos pueblos-Estado, sino que se extendó al conjunto del territorio que progresivamente se fue convirtiendo en una realidad geográfica y política: la Galia.
Muy
pronto, los druidas repartidos por la región céltica y por Bélgica se
federaron. Cada año se reunían en una gran asamblea y debatían sobre
cuestiones teológicas, pero también sobre los últimos avances
científicos. Se elegía a un Gran Druida, el equivalente a un jefe
político, que conservaba dicho título honorífico hasta su muerte. El
lugar de la asamblea se situaba en el centro de la Galia; en el siglo II
a.C. –el momento en el que la Galia alcanzó su extensión máxima, desde
la desembocadura del Rin hasta los Pirineos, desde el océano hasta el
extremo de la meseta suiza– los druidas se reunían en tierras de los
carnutos, cerca de la actual ciudad de Orleans. En el curso de esta gran
asamblea, los druidas impartían justicia; y los pueblos que se
comprometían a acatar las decisiones tomadas a un nivel superior, ya
nacional, acudían allí a exponer sus desavenencias.
El
extraordinario prestigio que rodeó a los druidas no duró eternamente.
Su misma implicación en los asuntos políticos, diplomáticos y judiciales
les hizo perder su carisma espiritual ante sus compatriotas. Pero lo
que les afectó más profundamente fue la creciente influencia de la
cultura romana. La invasión de productos de lujo a través de los
comerciantes romanos cambió los hábitos de la aristocracia indígena y
fue erosionando las creencias tradicionales de los galos, incluida la fe
en el poder de los druidas. Es característico el caso del eduo
Diviciaco, único druida cuyo nombre conocemos. Como primer magistrado de
su ciudad colaboró activamente en la conquista romana y se hizo amigo
de César, pero puso el mayor empeño en ocultarle su oficio; al contrario
que sus lejanos predecesores, probablemente no se enorgullecía de él,
pese a que su educación druídica le había permitido convertirse en un
experto de la adivinación a través de los números.
Con
la conquista romana, los adversarios de César fueron eliminados y gran
parte de la nobleza asimiló los valores de Roma. Los últimos druidas
auténticos acabaron desapareciendo. Los que reivindicaron ese título
algunas décadas o siglos después no eran ya sino adivinos o brujos de
poca monta. Ninguno había recibido la estricta educación oral que había
sido el secreto de los druidas: veinte años de estudios en los que los
aspirantes a druida adquirían el inmenso conocimiento de sus mayores.
Fuente: almacendeclasicas.blogspot.com